Los tecolotes no son lo que parecen

Tenía menos de diez años cuando vi Twin Peaks por primera vez; una señal local había comprado los derechos para el nuevo “éxito” de la televisión. No puedo recordar mucho de esa primera vez, pero tengo la sensación de perderme, de no entender. Aún así la vi hasta el final, que no fue más que el inicio de una de las relaciones más profundas de mi vida. Me fascinó, me hipnotizó. A finales de los 90s un canal de cable, Retro, la volvió a pasar y aproveché para grabarla en VHS. Todos los días esperaba hasta pasada la medianoche para apretar el botón rojo; pausaba cuando comenzaba la publicidad, volvía a grabar cuando aparecía soplaba el viento sobre los pinos durante una noche en la que sólo se distingue a lo lejos la luz de una linterna. Fue una de las primeras cosas que bajé al tener una conexión ilimitada a internet y una de las primeras series que vi al contratar Netflix. Es un ritual, como la serie misma.

Y en mí un símbolo le ganó al resto, una imagen se grabó en mi retina desde mi primera vez, cuando tenía entre ocho y nueve años. Dos ojos redondos pero ligeramente almendrados, enormes, que reflejan la oscuridad: “los búhos no son lo que parecen”. La frase la dice el Gigante en el octavo episodio, pero también parece surgir del espacio exterior o de la profundidad de los bosques. A lo largo de toda la serie, los búhos son mencionados o directamente aparecen un total de trece veces. Primero cuando James y Donna ocultan el corazón roto de Laura Palmer. Por último antes de que Cooper entre a la Logia Negra. A veces parecen espiar, como gatos domesticados por un espíritu del bosque; otras parecen ser avatares de esos espíritus (en un momento Lynch llega a superponer un búho con BOB). Los búhos nunca fueron un animal más para mí; imposible.

Pero no sólo para mí. Tanto para los kikuyu de Kenya, los aztecas mesoamericanos el búho era un portador de muerte: “cuando el tecolote canta, el indio muere”; en el Popol Vuh son mensajeros de Xibalba. Y mientras en las mitologías romana, árabe y cherokee era ave de mal agüero, tanto en la griega como la indú estaba asociado a la sabiduría y al principio femenino (Atenea y Lakshmi). Para los hopi y el cristianismo medieval se relacionaba con la hechicería, cumpliendo a veces el rol de familiar, espíritu controlado por un mago (en el episodio trece, Mike dice que BOB era su “familiar”). Culturas distintas, las mismas ideas: muerte, magia, misterio. El alquimista Michael Michaer, autor del Atalanta Fugiens (primera obra multimedial) consideraba al búho como símbolo de la Gran Obra y lo utilizaba para referirse a alquimistas en general y a los ambiguos rosacruces en particular. Sus motivos, de todos modos, eran particulares. Trabajaba de día, como médico y dedicaba sus noches a la transmutación. Identificaba su estilo de vida nocturno con el de las aves, que lo acompañaban antes de se recomendara el uso de lámparas de bajo consumo.

En 1987, tres años antes del asesinato de Laura, Whitley Strieber (autor de obras de fantasía y terror) publicó un libro muy diferente a los que tenía acostumbrados a sus fanáticos, aunque se relacionaran a un nivel atávico. El nombre del libro: Comunión, una narración autobiográfica en la que relata una serie de abducciones por parte de seres extraterrestres de ojos almendrados. Best-seller inmediato, posee la extraña característica de estar muy bien escrito. Strieber cuenta que fue abducido en reiteradas ocasiones mientras se encontraba descansando en una cabaña rodeada de bosques, aunque al principio había reprimido esos recuerdos. En lugar del terror del encuentro con lo desconocido, sólo recordaba un búho. Una vez comenzada su investigación, tras realizar una serie de sesiones de hipnosis que dejaron al descubierto una realidad aparte, se sorprendió al averiguar que no era una sustitución peculiar. Al contrario, descubrió que era común que personas abducidas recuerden ver a búhos en lugar de a los visitantes. Strieber sintió además una presencia femenina durante prácticamente todas sus experiencias cercanas del vigésimo tercer tipo; la identifica con Ishtar, el principio cósmico femenino de acuerdo a la mitología sumeria.

Culturas diferentes, alejadas entre sí en más de una dimensión del espacio-tiempo, las mismas ideas. Muerte, magia, misterio. El misterio de la noche, o la muerte: otro mundo, lo desconocido. La muerte es la representante más común y brutal de lo desconocido, pero no la única. La hechicería es otro camino hacia lo desconocido, aunque sólo es posible hacer el camino inverso y volver si se posee sabiduría y compasión (la Diosa). Las mismas ideas: ritual, abducción. Los búhos en el centro. Ya no tanto símbolo de muerte sino del camino a lo desconocido -y todos los caminos, conocidos o no, conducen a la muerte, así que es en cierto modo injusto extender innecesariamente los referentes. En el centro del misterio, una experiencia imposible de relatar. Experiencias fuera del cuerpo, tiempo que parece derretirse, dos ojos grandes y redondos. El Agente Cooper es abducido al final de la serie y se enfrenta a lo desconocido, se enfrenta cara a cara al tecolote. Confirma, con su sangre y su locura, que los búhos no son lo que parecen.

Federico Erostarbe