Entre refranes te veas…

A mi madre le encantaban los refranes, dichos y otras expresiones de sabiduria popular. En aquel entonces, no valoraba la riqueza de su gran acervo refranero;  unicamente sentía exasperación cada vez que escuchaba uno.  No solamente se ajustaban de maravilla a la situación, si no que eran contundentes e inapelables. 

  Aquí algunos ejemplos.

  Recuerdo una vez que tardé en levantarme, asomándose a mi cuarto dijo:

El que más temprano se moja, más tiempo tiene para secarse.—

  ¡Ah caray, esta vez le falló!  Todavía ni me había levantado y menos mojado.  No dije nada.  Simplemente hice como aquel que ve llover y no se moja: me acurruqué para seguir durmiendo.  

  Pasó nuevamente por mi puerta:

María del Carmen…

  Amante de los refranes, no le gustaban los diminutivos, ni los apodos.  A mi nombre con todas sus letras, se agregó el Tono.   Si, ese tono que todos los de mi edad recordarán.

  Sientiéndome un poco kamikase contesté:

No por madrugar, amanece más temprano.   ¡Yes!

(claro que tuve cuidado de que no escuchara esta última palabra).  

  Si hubieran sido otros tiempos, quizás me hubiera arriesgado a decir: —mamá, ¿verdad que este duelo lo gané? 

Era un hecho científico, ni ella podía acelarar el andar del sol.

  Pero me conocía demasiado y era muy astuta.   Mirándome, soltó:

al que madruga, Dios lo ayuda.

  Aniquilada, no tuve más remedio que levantarme.

  Usted, amable e inteligente lector, se ha de preguntar ¿por qué este derrumbe moral? ¿Por qué sentí la repentina urgencia de abandonar mi cálido lecho?

  En esa inocente época todavía no había decidido que sería de grande.  Vacilaba entre bailarina de ballet, Santa o misionera en África.  ¿Cómo podía aspirar a ser Santa (aclaro de iglesia, no como la heroína de la famosa novela de Federico Gamboa), o sobrevivir a los canibales y a otros peligros, que sin duda encontraria en ese continente negro, sin la ayuda de Dios?  

  Entenderán entonces, porque no había nada que hacer.

  Si siempre hay un roto para un descosido, mi mamá siempre tenía el refrán ad hoc para cada situación. 

  No estudiaba lo suficiente:

Es peor no querer aprender, que no saber. —

Si después de una noche de fiesta no quería ir a trabajar escuchaba:

quien de joven no trabaja, de viejo duerme en la paja. — 

  Mis enamoramientos y desilusiones le dieron amplia oportunidad de lucirse.  

En gustos se rompen géneros, en empedrados tacones y en amores corazones. —  

  Si me veía muy mal, como quien dice arrastrando la cobija decía para consolarme:

Ay amor cómo me has ponido, seco, flaco y descolorido.

  No crean que yo era su única víctima.  Llegó a ser tal su manía que a veces, entre cada derecho y reves, tejía mucho, soltaba proverbios al aire, sabiendo que cada persona identificaría el que le era destinado.

  Matrimonio y mortaja del cielo bajan.

Más vale un mal marido, que un buen querido

Mientras novia, reina; cuando mujer esclava

Antes de contar, escribe; y antes de firmar, recibe

Dando tiempo al tiempo, el mozo llega a viejo

Cuando joven de ilusiones, cuando viejo de recuerdos.

  Ahora, me sorprendo buscando refranes para mis distintos estados de ánimo.   Hoy, con el paso de los años repito constantemente:

  Tiempo ido, nunca más venido.

María del Carmen Ferrant

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