No puedo escribir pero lo estoy haciendo: un tema “menor” de la Recherche proustiana

Una forma de comprender la obra de Proust es por medio de motivos, una noción ya literaria que la crítica tomó prestada de la pintura. Cabe también otra apropiación: la del tema musical. En ambos casos se trata de tomar una obra titánica y fragmentarla, pero no arbitrariamente. ¿Cómo acercarse a En busca del tiempo perdido —pero a posteriori— para abrazar eso que se ha experimentado durante su lectura?

Ciertos lectores hemos elegido el camino de los motivos, del tema con variaciones porque, para fortuna nuestra, Proust mismo dejó señalada la ruta. Se considere o no un reduccionismo bárbaro, es posible decir que la Recherche transcurre por apenas un puñado de estaciones. El motivo principal, lo sabemos de sobra, es la memoria; otro muy importante es la homosexualidad; un tercero, la decadente nobleza del Faubourg Saint Germain. Esas son como las montañas del paisaje, aquello que sobresaldría si echáramos un vistazo rápido y panorámico al territorio de la Recherche.

Pero, como buenos exploradores, esto no nos basta. Proust mismo nos lleva a más. Si al método de los motivos añadimos el procedimiento del prisma (según la lectura de Nabokov), entonces nos damos cuenta de que esos grandes temas se desgranan o se descomponen como el rayo de luz que pasa por el cristal de muchas caras. La memoria no es simplemente la memoria, sino también la reminiscencia, el espíritu que habita ciertos objetos, el azar propiciatorio que inesperadamente nos hace encontrarnos con el pasado. Lo mismo con la homosexualidad, que se descompone en el lenguaje sutil de miradas y gestos con que dos hombres se entienden sensualmente, o en la forma que esta toma entre las gomorritas. La Recherche no es solamente la Recherche: la obra es una, pero solo por los muchos elementos que la componen; va y viene en una oscilación irregular pero constante, como el trazo invisible del bailarín que se desplaza en torno a dos o tres ejes invisibles para los demás.

El sistema, hasta este punto, es sencillo. Hay motivos (o temas) y hay una forma de desarrollarlos. Sobre los motivos cabe agregar una acotación: es posible dividirlos en mayores y menores. Los mayores han quedado dichos. Los menores formarían una lista mucho más abultada y quizá también más exquisita. La Sonata de Vinteuil, por ejemplo, es algo sobre lo que se ha escrito, a pesar de su inexistencia. O la triada Vinteuil-Bergotte-Elstir como “manifestaciones ideales” de sendos tipos de artistas (el músico, el escritor, el pintor).En una de sus primeras sesiones del seminario Proust, mémoire de la littérature, Antoine Compagnon retomó el motivo del viaje y la diferencia de impresiones que causa hacer uno en automóvil. En fin, en una obra como la Recherche la lista de motivos “menores” de verdad puede ser infinita.

Uno de estos es la incapacidad del narrador para escribir y, no obstante, su deseo de hacerlo. Sobre todo en los primeros tomos —que en la cronología sencilla de la Recherche corresponden a su niñez y su juventud —, a cada tanto surge esta contradicción entre el impulso y la incapacidad. El narrador quiere escribir pero cada vez que se sienta frente a una hoja de papel no puede hacerlo. Su abuela lo anima; su padre, renuente de inicio, lo acepta e incluso concierta una cena con M. de Norpois para que este le dé algunos consejos de escritura y estilo al joven. En algún momento este incluso se entrevista con Bergotte, su admirado Bergotte, con el mismo propósito. Pero nada funciona. El joven se hace adulto y deja que la escritura se agazape en las sombras de la vida mundana, que perviva como una incomodidad, como una relación mal terminada o como una planta que se niega a morir a pesar de que hemos dejado de tributarle cuidados. La búsqueda del amor es más importante que escribir, y también seguir en sus andanzas a M. de Charlus.

Y sin embargo…

Sí, es paradójico que alguien tan imposibilitado para escribir (ese alguien en donde el propio Proust está disimulado) sea protagonista de una novela de siete tomos —así sea un protagonista peculiar que a veces es solo testigo, solo narrador.

Nabokov, hacia el final de su clase, hace notar el artificio maravilloso realizado por Proust en las últimas páginas de la Recherche. Después del momento de iluminación en la biblioteca del duque de Guermantes y la irrupción de la memoria como una oleada imparable, el narrador descubre simultáneamente que por fin ha encontrado el motivo de su escritura. Por fin sabe qué escribir. No sobre qué, sino qué. Motivo no como tema, sino como esencia. Motivo en su sentido etimológico: movimiento. El narrador siente el impulso irrefrenable de salir corriendo para comenzar a escribir. Solo que, siguiendo a Nabokov, eso que escribirá el narrador no es propiamente lo que estamos a punto de terminar de leer, porque Proust no es el narrador y porque Proust es cruel y sagaz y sabe que con cierta frecuencia la genialidad consiste en no cerrar los círculos.

Proust no devela ningún misterio. De hecho, nadie lo hace. Al menos no con esa intención con que a veces se enlistan y difunden consejos y decálogos, la misma con que el Entrevistador pregunta al Entrevistado en qué se inspira para escribir o qué recomienda a otros que se inician en el oficio. Si acaso, el misterio que devela Proust es el de su propia existencia, y quizá de inicio únicamente para sí.

Si la escritura es subjetividad y la experiencia en el mundo esencialmente asombro, la combinación de ambas hipótesis resulta en escribir no para resolver un enigma, sino más bien para bordearlo, para describirlo: para cuidarlo como se cuida una planta que decimos no cuidar pero que regamos oportuna, desdeñosamente, para que no muera.

Juan Pablo Carrillo Hernández

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