De la conveniencia de tener un sigisbée

Antes de que se asusten y crean que el sigisbée es un aparato diabólico para satisfacer necesidades poco naturales, quiero asegurarles que soy católica, apostólica y romana y que nunca de los jamases utilizaría un dispositivo que no fuera de inspiración divina.  He dicho! Sin embargo, ahí está el hic, ó, el detalle, porque el sigisbée debería seguir siendo, como lo fue hace un poco más de doscientos años, un derecho matrimonial.  ¡Y nosotros que nos creemos tan modernos y liberados!

            Encendida su curiosidad y no queriendo verlos sufrir un soponcio o algo peor les cuento, sin más rodeos ni preámbulos, que el sigisbée fue un maravilloso concepto italiano que, por culpa de las buenas conciencias desapareció.  Dos cosa quedan claras: los italianos gozaban de un refinado sentido del arte de vivir; los moralistas son metiches.

               ¿Qué era, entonces, un sigisbée?  Con el repique que acompaña toda proclamación…les anuncio que era un cavalier servant!   Durante gran parte del siglo XVIII, este joven acompañaba a las esposas de la nobleza italiana a sus eventos sociales. Pero, que quede claro, esto era a la vista de todos y con la anuencia del siñior.

            Stendhal, en su libro La Cartuja de Parma escribe que la familia no solamente escogía al susodichosi no que el galanteador, se alojaba en el palacete de los esposos. La nobleza no vive en vulgares casas.  Tan importante era el papel de este personaje que se escogía antes del matrimonio y se incluía en el contrato nupcial.  Muy agradable e inteligente manera de recompensar a la joven que sacrificaba su virginidad y juventud a un decrépito esposo.

            El sigisbée  permitía a la mujer, con cierto rango social, viajar y residir en otros países cuando su esposo está entretenido en otras ocupaciones.  A finales del mes de enero de 1818 Lord Byron conoce a Teresa Guiccioli y la corteja a la vista de todos.   Es más la acompañó en sus viajes a Mira y a Ravena e incluso vivió en la casa de su marido.  En su diario, Cartas Íntimas, Lord Byron describe así su labor: Soy capaz de doblar un chal con bastante dexteridad, pero no tengo la elegancia necesaria cuando se trata de colocarlo sobre sus hombros, la ayudo a subir a bajar del coche, sé de teatro y tengo una buena conversación.

Una vez satisfechas las necesidades de procreación de herederos, el joven pasaba a ser, con la bendición del esposo, el amante en título de la ya no tan joven esposa.  Este arreglo le convenía a todos: garantizaba que la mujer no anduviera de casquivana cambiando de amante con la misma facilidad que renovaba su muda de ropa interior y liberaba al esposo que podía con toda tranquilidad irse a buscar al dios Eros en los brazos de otras mujeres. Tutti contenti!  

            Todo funcionaba de maravilla, hasta que a Napoleón se le ocurre mandar como Virrey a su hijo adoptivo,  Eugenio de Beauharnais, hijo de Josephine y de su primer esposo. En un afán moralizador decide prohibir la presencia en su corte de cualquier mujer acompañada por su sigisbée!  A mitad del siglo XIX durante el Risorgimiento los patriotas italianos le dieron el golpe de gracia a tan encantadora costumbre.           

  Propongo que se reviva esta idea.  Seamos honestas, son pocos los esposos que tienen el tiempo, la capacidad o las ganas de satisfacer las necesidades de su esposa.  El sigisbée libraría al esposo de la engorrosa necesidad de estar viendo si su esposa se corta el pelo, si adelgaza, o se compra un vestido.  Se ahorraría, además, el precio de la flores y no tendría que estar inventando sweet nothings porque todo esto sería responsabilidad del galán.  Liberado de tales obligaciones el esposo podría, con toda tranquilidad, irse a sus partidos de fut, ver a sus amigos, o simplemente no hacer nada porque sabe que un caballero culto y atento acompaña a su esposa al museo, teatro, ballet o ópera.  Ella llegaría feliz a su casa porque fue halagada y cortejada; el  se sentiría magnánimo de haberle dado tal gusto. ¡ Es una maravillosa manera de garantizar la longevidad de un matrimonio!

            Yo sugeriría que la relación se mantuviera platónica para evitar problemas de celos, pero eso ya depende de cada quien.  Me dirán que para eso están las amigas, pero ¿no es más agradable coquetear con un hombre culto que estar con una amiga?  Aunque la amistad sea casta, el galanteo y la atracción son importantes.  Tiene que haber esa conexión entre el sigisbée y la mujer para que sea realmente deleitoso.   Recuerden, solamente se empieza a envejecer cuando desaparece el flirt de nuestras vidas.  Ahora con su permiso, tengo que redactar mi anuncio…

  Busco un hombre que vista con la elegancia italiana, que sea un caballero inglés, que sea culto…

María del Carmen Ferrant

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